Neurociencia de la comunicación asertiva
La neurociencia, que es la ciencia que estudia el comportamiento humano, nos ha enseñado mucho sobre la forma en que podemos transmitir un mensaje con credibilidad, autenticidad e impacto. En este artículo, exponemos los hallazgos más relevantes para transmitir con éxito nuestros mensajes.
¿Qué ha descubierto la neurociencia sobre la comunicación asertiva?
Las emociones que transmitimos con nuestro mensaje, cuerpo y voz, generan un impacto emocional que puede ser positivo o negativo, y ese impacto influencia el tipo de reacción que conseguimos de los demás.
Hay cuatro tipos de reacciones, según las emociones que generamos: acercamiento, huida, ataque y congelamiento. Una comunicación asertiva logra generar comportamientos de acercamiento, lo que, en otras palabras, significa que los demás apoyen, compren o crean lo que decimos.
¿De qué manera podemos lograr esta reacción?
La neurociencia nos ha enseñado que detrás de cada acción hay una emoción, porque las emociones son un sistema de evaluación que hace el cerebro sobre el ambiente, clasificando las situaciones como confiables o amenazantes (como positivas o negativas), y dependiendo de esta evaluación se generan las emociones que sentimos, (las emociones son hormonas), y esto, a su vez, suscita un tipo de reacción.
Una comunicación efectiva, cuando vendemos una idea, logra suscitar emociones positivas como la alegría, que es una emoción que surge de la liberación de endorfinas, y esta nos conduce al acercamiento. Todas las emociones derivadas de ella, como el placer, el alivio, la relajación y el entusiasmo, van a suscitar en nosotros el deseo de obtener, adquirir y usar aquello que lo proporciona.
Por el contrario, todo lo que nos genera miedo y asco nos aleja, es decir, nos conduce a un comportamiento de huida (de rechazo y evitación) porque nuestro cerebro está percibiendo que hay una situación que nos pone en un potencial riesgo que no podemos superar.
Por último, lo que nos produce rabia, nos conduce a atacar (a defendernos de algo que nos desafía y que nos amenaza), y lo que nos genera mucha ansiedad o tristeza nos congela, nos bloquea y nos inhibe la capacidad de tomar decisiones.
Existen más de 53 emociones identificadas, pero todas ellas se derivan de la mezcla de las seis emociones básicas mencionadas.
¿Cómo generar emociones positivas?
Mucho se ha enseñado sobre el lenguaje no verbal (LNV) para vernos más seguros y tranquilos cuando exponemos, y, ciertamente, estas técnicas ayudan, pero se quedan en la parte exterior, en la apariencia, sin tratar lo más importante, el interior, lo que sentimos.
Primero tenemos que resolver el interior, es decir, lo que se siente, porque las emociones que sentimos son las que expresamos de forma natural en el cuerpo y en la voz, que constituyen el 93% del impacto emocional que generamos.
La neurociencia nos ha enseñado que tenemos un grupo neuronas denominadas neuronas espejo que, como su nombre lo indica, hacen espejo de las emociones que vemos; así que la mejor forma de entusiasmar con nuestros mensajes es si nosotros nos sentimos entusiasmados al transmitirlo. Lo que sentimos es lo que contagiamos: si siento inseguridad cuando hablo, el que me escucha va a sentir inseguridad con lo que digo.
¿Cómo sentir emociones positivas cuando transmitimos un mensaje para una comunicación efectiva y asertiva?
Dicho esto, lo primero que tenemos que trabajar es nuestra percepción, porque nuestra percepción es lo que genera nuestra emoción; así que la forma en la que nosotros consideremos nuestras intervenciones (charlas, exposiciones, entrevistas, etc.) determinará lo que sentimos frente a ellas.
¿Nos preocupamos mucho por cómo nos vamos a ver? ¿Nos enfocamos demasiado en lo que los otros pensarán de nosotros? ¿Nos preocupa mucho el concepto que se harán de nosotros? En principio, no hay nada de malo en querer quedar bien; de hecho, es algo que anhelamos todos los seres humanos, pero cuando ese deseo toma el primer lugar de nuestro mensaje, cuando es el eje central de mi discurso y es el objetivo por conseguir con mi intervención; entonces el público, quien debería ser lo más importante, queda en un segundo o tercer lugar de importancia.
En consecuencia, cuando soy yo mismo y no el otro lo que más importa, los mensajes pierden su sentido y la comunicación deja de ser asertiva, porque lo que decimos no busca enseñarnos a nosotros, sino a los otros; no somos nosotros los que necesitamos aprender con lo que vamos a decir (o al menos, no es ese el primer fin), sino que son los otros los que van a recibir algo con lo que vamos a comunicar. Por lo tanto, tienen que ser ellos los que ocupen el primer lugar de mi atención, son ellos los que me deben interesar, y ese cambio de foco hace que me entusiasme con el aporte que voy a generar, y no que me preocupe por cómo voy a quedar.
La preocupación implica miedo, y el miedo libera cortisol (hormona del estrés) y cuando es liberada en altas dosis, produce ansiedad, y la ansiedad nos lleva al congelamiento, es decir, al pánico escénico.
Por lo tanto, cuando logramos pasar de querer descrestar a querer aportar, dejamos de sentir miedo y empezamos a sentir entusiasmo. ¿Alguna vez ha sentido alegría por haber ayudado a alguien? Esa emoción positiva es la misma que se siente cuando uno habla para aportar: entusiasmo y alegría.
La mejor forma de generar entusiasmo es expresándolo, y la mejor forma de expresarlo es sintiéndolo.
Perfeccionando el mensaje, el cuerpo y la voz
Hablar para aportar ya nos ayuda a mejorar los tres elementos de la comunicación (el mensaje, el cuerpo y la voz).
Mejora el mensaje porque nos ayuda a elegir la información con base a lo que es relevante para los otros (no para nosotros), y nos fuerza a hacer un juego de rol para elegir las palabras, el lenguaje y los ejemplos que ayudarán a comprender mejor lo que vamos a explicar.
Asimismo, pensar en el aporte nos ayuda a sentirnos entusiasmados, tranquilos y relajados, y esto se expresará, de forma natural, en nuestro rostro, en nuestro cuerpo y en nuestra voz. Sin embargo, cuando aprendemos a perfeccionar nuestro LNV podemos sumarle potencia y credibilidad a nuestro aporte; por ejemplo, lo que hacemos con nuestras manos, la manera en que nos movemos por el escenario o cómo lucimos en una video llamada, y el tono y ritmo de la voz. Estos aspectos los abordaremos en otro artículo.